Apreciado amigo:
¿Sabías que la mayor parte de tus
sufrimientos y sinsabores no proviene del exterior, sino que se origina dentro
de ti mismo? Tus malos pensamientos y
tus obras equivocadas dejan un sabor amargo en ti, y hacen que tu conciencia se
convierta en una espina punzante que no te da reposo ni de día ni de
noche. Así los días suelen ser
intranquilos y las noches largas. La
causa de esta situación anormal puede hallarse en los problemas que se originan
a veces entre los seres humanos, o puede radicar en el pecado cometido contra
Dios.
Mientras exista esta situación, en tu
corazón no tendrás tranquilidad ni alegría.
Tu vida carecerá de incentivo.
La felicidad será algo lejano y desconocido. En esas circunstancias cobran actualidad las palabras de la
Biblia: "Estoy en angustia, se han consumido de tristeza mis ojos, mi alma
también y mi cuerpo. Se agotan mis
fuerzas a causa de mi iniquidad, y mis huesos se han consumido” (Salmo 31:9-10).
Millones de personas viven en esta
penosa situación. Pero es menester que
te liberes de ella. Pues mientras el
pecado siga gravitando en tu conciencia y ensombreciendo tu vida, no se vive de
verdad. Y lo confieses o no,
íntimamente no te sentirás feliz.
A veces el hombre se aferra a sus
debilidades y su pecado, y no solamente trata de ocultarlos y sostenerlos, sino
hasta pretende justificarlos.
En los días del Pentecostés, Pedro
presentó claramente el pecado del pueblo y demostró la necesidad de ordenar la
vida para así poder ser salvos. El
apóstol no hablaba a grandes malhechores, cargados de negros pecados, ni se
dirigía a quienes se hubiesen manchado las manos con sangre o se hubiesen
apropiado de lo ajeno, o hubiesen, en fin, cometido delitos que no son los
únicos que a veces suelen impresionarnos.
Hablaba a quienes se consideraban a sí mismos religiosos y creyentes en
Dios. Cuando los compungidos de corazón
ante las palabras que habían escuchado, preguntaron: "Varones, hermanos,
¿qué haremos?” Pedro contestó: "Arrepentíos y bautícese cada uno de
vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados, y recibiréis el
don del Espíritu Santo” (Hechos 2:37-38).
Sólo de esta manera podían recibir el
perdón de los pecados. Es que todos los
seres humanos somos pecadores, todos tenemos que pasar por el proceso
presentado por el apóstol, es decir por el arrepentimiento. Es la puerta que abre el camino a la
eternidad. Es lo único que puede ofrecerte la posibilidad de liberarte de las
cargas de la vida, de la tristeza, del dolor y del pecado. Pero la Biblia habla del arrepentimiento y
de remordimiento. Porque entre lo uno y
lo otro hay una diferencia fundamental.
Remordimiento fue lo que experimentó
Judas después de haber traicionado a Jesús.
Su pesar no era saludable. No se
sintió compungido por lo que había hecho, sino que estaba horrorizado por las
consecuencias que le sobrevendrían, fue de angustia hasta que por fin se quitó
la vida. Esto es lo que el apóstol
llama "la tristeza del mundo", vale decir, que el remordimiento es de
origen humano, y sólo "produce muerte" (2 Corintios 7:10).
Pero hay otro dolor que es según Dios,
y que como la Biblia lo dice, obra "arrepentimiento para
salvación". El arrepentimiento es
una profunda pena por el mal cometido, y conduce al abandono de ese mal. David en su propia experiencia dijo:
"Por tanto, confesaré mi maldad, y me contristaré por mi pecado"
(Salmo 38:18). Así, pues, el
arrepentimiento es un profundo pesar por el pecado cometido en el pasado, y un
sincero deseo de librarse de él y de vivir una vida mejor. Este sentimiento conduce a confesarle a Dios
las malas obras cometidas y a vivir con su ayuda, una vida nueva.
Si tú lo experimentas, el
arrepentimiento significa una nueva existencia. Implica comenzar un camino completamente nuevo y en dirección
contraria a aquel cuando vivías en pecado.
¿Que es difícil vivir una vida santificada? ¿Que después de haber hecho
el mal durante muchos años cuesta hacer el bien? Es verdad, y sería tarea completamente imposible si no contaras
más que con tu propia fuerza o tu voluntad, pero el Señor te ofrece la ayuda de
todo su poder y toda su fuerza. Su
presencia estará muy cerca de ti, y si quieres que él inicie el camino hacia el
cielo después de haber entrado por la puerta del arrepentimiento.
Si el cielo dio a su Hijo para que
muriera en la cruz a fin de salvarte, si realizó el sacrificio máximo ¿cómo no
ha de estar junto a ti en los momentos en que lo necesites? El apóstol Pablo, que había seguido los
caminos del mal hasta que el arrepentimiento llamó a su corazón, y que vivió
luego una vida ejemplar, dice: "Todo lo puedo en Cristo que me
fortalece" (Filipenses 4:13).
Cuando el Señor llame a tu corazón,
debes abrirlo. Y en este momento la
Biblia te dice: "Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros
corazones" (Hebreos 3:7-8). Endurecer
el corazón cuando el arrepentimiento llama es sumamente peligroso, pues puede
producirse lo que la Biblia llama el pecado imperdonable. Dijo el Señor
Jesucristo: "Por tanto os digo: Todo pecado y blasfemia será perdonado a
los hombres, mas la blasfemia contra el Espíritu Santo no les será
perdonada". (Mateo 12:31).
Dios es misericordioso, pero también
es cierto que no tolera el pecado. Él
te da toda clase de oportunidades y te ofrece su ayuda para librarte del mal.
Dios no desea tu perdición. Lo que él espera es que dejes los caminos
del error y marches por los suyos, rectos y ascendentes. El Señor anhela librarte de la esclavitud
del pecado y asfixia de tu conciencia.
Él te llama al arrepentimiento.
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