miércoles, 17 de octubre de 2012

Quien era Cristo?

¿Quién era Cristo?

¿Quién era Cristo? Si les preguntásemos a los 7.000 millones de personas que habitan nuestro planeta ¿quién es Cristo?, descubriríamos que al menos 2.000 millones asociarían ese nombre con el fundador del cristianismo.
Si les formuláramos la misma pregunta a los cristianos, descubriríamos que muchos no podrían darnos una respuesta clara y otros proporcionarían una variedad de respuestas discordantes. Esta situación no debiera extrañarnos. Por ejemplo, si indagásemos quién es Barak Obama, nos encontraríamos con una situación similar.
Si las cosas son así, ¿podemos llegar a conocer a ciencia cierta quién es Cristo?
¿Podemos conocer a Cristo?
Sí, claro, podemos conocerlo como conocemos a otras personas: por medio de un encuentro personal o por el testimonio de quienes lo vieron y oyeron. Siendo que Cristo vivió hace unos dos mil años, para conocerlo necesitaremos el testimonio de quienes lo trataron personalmente. Afortunadamente, la Biblia proporciona el testimonio necesario para conocer a Cristo.
Cuando nos encontramos con alguien por primera vez, nos interesa saber de dónde viene y cuál es su ocupación. Saber de dónde viene nos dará a entender la historia de nuestro interlocutor y saber qué hace nos ayudará a entender su presente y futuro.

¿De dónde vino Cristo?
Cuando de niño me encontraba con otros niños por primera vez, nunca me preguntaban de dónde venía sino más bien quién era y qué hacía mi papá. Ahora de grande sí me preguntan de dónde vengo, especialmente por mi acento. Para conocer quién era Cristo es fundamental saber de dónde vino y quiénes fueron sus padres. En Nazaret, el pueblo donde Jesús vivía, todos sabían que el padre y la madre de Jesús eran José y María (S. Mateo 1:18). Sin embargo, José y María sabían que Jesús no era el hijo biológico de José sino del Dios creador del universo. Un ángel les explicó (S. Mateo 1:20-22; S. Lucas 1:26-35) que Jesús iba a ser el hijo de Dios y de María. Claramente, esto fue y continúa siendo un acontecimiento único en la historia del universo.
Durante su ministerio Jesús les explicó a sus discípulos que él no solo provenía del cielo (es decir, del lugar donde los ángeles viven y sirven a Dios; ver S. Juan 6:38; S. Juan 6:32, 33, 41, 42, 50, 51; 3:13, 31), sino que procedía del Padre, el Dios eterno, Creador del universo (S. Juan 7:29). Como siempre hay diferencias entre padres e hijos, Jesús afirmó que en su caso no había diferencia alguna entre su Padre y él. “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre”, explicó a Felipe (S. Juan 14:9). Sus discípulos entendieron y aceptaron de corazón esta revelación asombrosa, profunda y misteriosa, pero al mismo tiempo simple y maravillosa: Cristo es Dios en forma humana, completamente Dios y completamente hombre (Filipenses 2:5-8). Esta es la realidad sobre la cual se basa el cristianismo (S. Mateo 16:17, 18).

¿Qué hizo Cristo?
Para conocer a una persona no es suficiente saber de dónde procede. También necesitamos averiguar su historia. Por eso, antes de una entrevista el empleador necesita el resumen de la experiencia laboral del solicitante. Examinemos brevemente el resumen de la “experiencia laboral” de Cristo. Toda historia comienza al principio. Pero por ser Dios, Cristo no tuvo principio. Es más, él vivía ya antes de todo principio con una existencia eterna sin principio ni fin (S. Juan 8:58; Proverbios 8:22-31; Hebreos 13:8). No es sorprendente entonces que encontremos a Cristo en el evento más antiguo que registra la Biblia: el diseño divino del universo y del plan de la redención (S. Juan 17:24; Efesios 1:4; 1 Pedro 1:20). Luego encontramos a Cristo junto al Padre y al Espíritu Santo creando al universo y nuestro planeta (S. Juan 1:1-3). Más tarde lo encontramos habitando en santidad con su Padre y los ángeles (Job 38:4-7; S. Mateo 18:10; 24:36) en el cielo y luego con Adán y Eva.
Cuando, desafortunadamente, el pecado entró en el mundo hallamos a Cristo directamente involucrado en la ejecución del plan de salvación (Génesis 3:8-15). Cristo ha sido y es la presencia directa de Dios en el universo e incluso en nuestro mundo después de la entrada del pecado (S. Juan 1:18). Cristo habló con Moisés cara a cara y fue él quien le dio la ley de los Diez Mandamientos en el monte Sinaí. Pablo sabía que Cristo fue la roca espiritual de la cual los judíos bebieron en el desierto (1 Corintios 10:4-10).
Debido a que la revelación de Dios a través de Moisés fue solo verbal, indirecta, y parcial, Cristo se encarnó para revelar a Dios personal, directa y completamente. Asombrosamente, Cristo, el Dios eterno, infinito, santo y creador que habitaba en el Lugar Santísimo del Santuario pasó a habitar entre su pueblo (S. Juan 1:14). De esta forma, en el Cristo encarnado Dios nos habla personalmente y directamente para revelarnos su amor, su ley y su salvación. Nos invita a confiar en su palabra y entrar por fe en su reino (Apocalipsis 3:20).
Cristo hizo algo aún más sorprendente para salvarnos del pecado. Él se encarnó para morir en nuestro lugar. Para poder ser nuestro sustituto, Cristo “fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (Hebreos 4:15). Siendo que Cristo vivió una vida sin pecado y que la muerte es consecuencia del pecado (Romanos 6:23), queda claro que Cristo no debía morir. Por eso, literalmente, no murió porque él debía morir por su pecado sino en lugar del pecador (Romanos 5:8). Más aún, Cristo murió porque en su amor desea que vivamos de la manera en que él vivió. La muerte y vida de Cristo proveen los medios para que por la fe (S. Juan 3:16), todo ser humano pueda obedecer su ley de amor y libertad (Romanos 13:8-10; Santiago 1:25, 2:12).

¿Qué hace Cristo?
¿Qué hace Cristo hoy día? Después de su muerte, Cristo resucitó y ascendió al cielo con el cuerpo físico que recibió de su madre (Hechos 1:9-11) para reinar, ministrar, y juzgar junto con su Padre desde el trono del Santuario celestial. En resumen, desde el cielo Cristo trabaja continuamente para “salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios” (Hebreos 7:25). Esto significa que desde los cielos y por medio de sus palabras y hechos consignados en la Biblia, Cristo nos llama a entrar en su reino en el cual prevalece el orden espiritual inspirado por su ley de amor y libertad. Desde allí también perdona nuestros pecados cuando arrepentidos se lo pedimos en oración.

¿Qué hará Cristo?
Conocer a una persona íntimamente requiere que conozcamos sus planes para el futuro. Los planes de Cristo para el futuro son claros y maravillosos. Cristo ha prometido volver a la tierra en un futuro muy cercano (Apocalipsis 22:12). Su deseo es unir su vida personal y su familia celestial con los redimidos de todos los tiempos (S. Juan 14:1-3). Su venida será personal, corporal, histórica, universal, con gloria y majestad de tal forma que todo ojo le verá (Apocalipsis 1:7). En ese momento, la restauración espiritual que Cristo está operando desde los cielos como nuestro intercesor culminará con la restauración de su creación física original (Apocalipsis 21:1-4, 15).

Conclusión
Por medio del testimonio bíblico hemos visto que Cristo era, es, y será el eterno Hijo de Dios. Siendo el Creador del universo, se hizo hombre para revelar su amor y salvar a los hombres del pecado. Cristo reveló a Dios directa y personalmente, murió para redimir a todos los pecadores, resucitó, ascendió a los cielos donde intercede para salvar completamente a quienes lo aceptan por fe, y pronto volverá para restaurar esta tierra a su esplendor original y dar vida eterna a sus hijos e hijas fieles.
¿Qué harás con el Cristo viviente que desde el cielo te llama a través de sus enseñanzas y las promesas que encuentras en la Biblia? Te invito a aceptarlo de corazón y servirle con amor.

Autor: Fernando Canale
http://www.jovenes-cristianos.com/

viernes, 12 de octubre de 2012

El Arrepentimiento

Apreciado amigo:

¿Sabías que la mayor parte de tus sufrimientos y sinsabores no proviene del exterior, sino que se origina dentro de ti mismo?  Tus malos pensamientos y tus obras equivocadas dejan un sabor amargo en ti, y hacen que tu conciencia se convierta en una espina punzante que no te da reposo ni de día ni de noche.  Así los días suelen ser intranquilos y las noches largas.  La causa de esta situación anormal puede hallarse en los problemas que se originan a veces entre los seres humanos, o puede radicar en el pecado cometido contra Dios.

Mientras exista esta situación, en tu corazón no tendrás tranquilidad ni alegría.  Tu vida carecerá de incentivo.  La felicidad será algo lejano y desconocido.  En esas circunstancias cobran actualidad las palabras de la Biblia: "Estoy en angustia, se han consumido de tristeza mis ojos, mi alma también y mi cuerpo.  Se agotan mis fuerzas a causa de mi iniquidad, y mis huesos se han consumido” (Salmo 31:9-10).

Millones de personas viven en esta penosa situación.  Pero es menester que te liberes de ella.  Pues mientras el pecado siga gravitando en tu conciencia y ensombreciendo tu vida, no se vive de verdad.  Y lo confieses o no, íntimamente no te sentirás feliz.
A veces el hombre se aferra a sus debilidades y su pecado, y no solamente trata de ocultarlos y sostenerlos, sino hasta pretende justificarlos.

En los días del Pentecostés, Pedro presentó claramente el pecado del pueblo y demostró la necesidad de ordenar la vida para así poder ser salvos.  El apóstol no hablaba a grandes malhechores, cargados de negros pecados, ni se dirigía a quienes se hubiesen manchado las manos con sangre o se hubiesen apropiado de lo ajeno, o hubiesen, en fin, cometido delitos que no son los únicos que a veces suelen impresionarnos.  Hablaba a quienes se consideraban a sí mismos religiosos y creyentes en Dios.  Cuando los compungidos de corazón ante las palabras que habían escuchado, preguntaron: "Varones, hermanos, ¿qué haremos?” Pedro contestó: "Arrepentíos y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos 2:37-38).

Sólo de esta manera podían recibir el perdón de los pecados.  Es que todos los seres humanos somos pecadores, todos tenemos que pasar por el proceso presentado por el apóstol, es decir por el arrepentimiento.  Es la puerta que abre el camino a la eternidad. Es lo único que puede ofrecerte la posibilidad de liberarte de las cargas de la vida, de la tristeza, del dolor y del pecado.  Pero la Biblia habla del arrepentimiento y de remordimiento.  Porque entre lo uno y lo otro hay una diferencia fundamental.
Remordimiento fue lo que experimentó Judas después de haber traicionado a Jesús.  Su pesar no era saludable.  No se sintió compungido por lo que había hecho, sino que estaba horrorizado por las consecuencias que le sobrevendrían, fue de angustia hasta que por fin se quitó la vida.  Esto es lo que el apóstol llama "la tristeza del mundo", vale decir, que el remordimiento es de origen humano, y sólo "produce muerte" (2 Corintios 7:10).

Pero hay otro dolor que es según Dios, y que como la Biblia lo dice, obra "arrepentimiento para salvación".  El arrepentimiento es una profunda pena por el mal cometido, y conduce al abandono de ese mal.  David en su propia experiencia dijo: "Por tanto, confesaré mi maldad, y me contristaré por mi pecado" (Salmo 38:18).  Así, pues, el arrepentimiento es un profundo pesar por el pecado cometido en el pasado, y un sincero deseo de librarse de él y de vivir una vida mejor.  Este sentimiento conduce a confesarle a Dios las malas obras cometidas y a vivir con su ayuda, una vida nueva.

Si tú lo experimentas, el arrepentimiento significa una nueva existencia.  Implica comenzar un camino completamente nuevo y en dirección contraria a aquel cuando vivías en pecado.  ¿Que es difícil vivir una vida santificada?  ¿Que después de haber  hecho el mal durante muchos años cuesta hacer el bien?  Es verdad, y sería tarea completamente imposible si no contaras más que con tu propia fuerza o tu voluntad, pero el Señor te ofrece la ayuda de todo su poder y toda su fuerza.  Su presencia estará muy cerca de ti, y si quieres que él inicie el camino hacia el cielo después de haber entrado por la puerta del arrepentimiento.

Si el cielo dio a su Hijo para que muriera en la cruz a fin de salvarte, si realizó el sacrificio máximo ¿cómo no ha de estar junto a ti en los momentos en que lo necesites?  El apóstol Pablo, que había seguido los caminos del mal hasta que el arrepentimiento llamó a su corazón, y que vivió luego una vida ejemplar, dice: "Todo lo puedo en Cristo que me fortalece" (Filipenses 4:13).

Cuando el Señor llame a tu corazón, debes abrirlo.  Y en este momento la Biblia te dice: "Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones" (Hebreos 3:7-8).  Endurecer el corazón cuando el arrepentimiento llama es sumamente peligroso, pues puede producirse lo que la Biblia llama el pecado imperdonable. Dijo el Señor Jesucristo: "Por tanto os digo: Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres, mas la blasfemia contra el Espíritu Santo no les será perdonada".  (Mateo 12:31).
Dios es misericordioso, pero también es cierto que no tolera el pecado.  Él te da toda clase de oportunidades y te ofrece su ayuda para librarte del mal.

Dios no desea tu perdición.  Lo que él espera es que dejes los caminos del error y marches por los suyos, rectos y ascendentes.  El Señor anhela librarte de la esclavitud del pecado y asfixia de tu conciencia.

Él te llama al arrepentimiento. ¿Abrirás tu corazón?   Busca mas en este lugar--------------->

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